martes, 12 de mayo de 2009

Sequia interrumpida

El Invierno ha llegado y mi cuerpo, a diferencia del clima, está más caliente que nunca. Ha pasado casi una estación entera desde que mantuve mi última relación sexual. Largo tiempo ha transcurrido desde mi último ingreso al Mercadona y, hoy, es el momento de volver a visitarlo.

Tras recibir numerosas ofertas, acabo optando por una que me ha llamado la atención. Parece que tiene muy seguro lo que busca, sin ningún malentendido, y eso me gusta. Comenzamos a mantener una conversación de índole sexual que evolucionó a algo más personal. El chaval es un encanto y, aunque físicamente no me convezca del todo, me atrae. Acordamos nuestra cita tres días después de conocernos por el chat. J, se convertiría en la lluvia que calmaría mi sequía.



Estoy impaciente. Me encuentro en la estación de trenes de mi pueblo y los minutos se están convirtiendo en horas para mí. Tras mi larga espera, el tren llegó, y para mi colofón, no avistaba a J entre los pasajeros que bajaron de él. "¿Me habrá dado plantón?", pensé.

Pero mi vista solo me jugó una mala pasada. Ahí se encontraba, caminando hacia mi. Era más alto de lo que me imaginaba, y esa cazadora de cuero, sumado a las gafas de sol y a su melena, le da un aspecto heavy que me pone bastante. Me gusta, y para mi pesar, tendré que controlarme hasta que lleguemos a mi casa, aunque si por mi fuese, le violaba ahí mismo.



En persona es igual que por messenger, lo cual agradezco porque ha conseguido que el camino hacia mi casa se me haga ligero y ameno. Introduzco las llaves en el portal. El ascensor ya estaba esperándonos, nos introducimos y al cerrarse la puerta, le empujé contra la pared y le besé. Me apretó hacia él fuertemente agarrándome por el culo. No era el único que estaba impaciente.

"Me alegra saber que tenías tantas ganas", dijo J cuando me giré para pulsar el botón del ascensor. "No lo sabes bien", le respondí antes de lanzarme de nuevo hacia él. Mientras abría la puerta de mi casa, él me agarraba fuertemente el trasero. Me esta poniendo a cien.

Entramos en casa y le conduje rápidamente a mi cama. Cerró la puerta, yo aproveché para bajar las persianas y, al girarme, él me agarró fuertemente y me empujó contra la cama. Se lanzó hacia mí, y no hizo nada más. Solo dejó sus labios a milésimas de los mios, sintiendo su respiración sobre mi. Entendí la situación y le seguí el juego. Terminó por comerme la boca el primero, gané.

Su boca pasó de la mía a mi cuello, incando sus dientes en él. Le empujé con fuerza tomando el control de la situación. Tras desnudarle, mi lengua empezó a recorrer su torso, bajando por el ombligo y terminando en su pene. Comencé a realizarle una de las prácticas que más me gusta, el sexo oral. "Puta bolita..." decía de vez en cuando, refiriéndose al piercing de mi lengua.

Sonó mi móvil, se trataba de mi hermana pero no se lo cogí. Él aprovechó este respiro para colocarme debajo suya. Sentí la punta de su erecto pene en mi ano, y sin ningún tipo de penetración previa ni uso de lubricante, me lo introdujo por completo. Pensé que me moría, pero con cada uno de sus fuertes movimientos de cadera, mi cuerpo fue adquiriendo un estado de placer progresivo.



Al rato, un temor se apoderó de nosotros. La puerta de la casa había sonado y unos pasos se dirigían hacia mi habitación. Rápidamente nos levantamos, me vestí y me dirigí a la puerta, la cual se abrió a mi llegada.

Mi hermana enfrente, yo semidesnudo hablando con ella, y al otro lado de la puerta, J en calzoncillos. "Joder, que te estaba llamando, que no tengo llaves de esta casa y tenía que subir a por unos papeles del perro", me explicó mi hermana. "¡Ay lo siento! Es que estaba durmiendo", me excusé. Mi hermana se dirigió de nuevo a la cocina, y desde mi habitación podía distinguir dos voces masculinas, la de mi padre y la de mi cuñado.

"Espera aquí, vuelvo en cuanto se vayan", le dije a J. Me dirigí a la cocina, y entendí que mi hermana, tras no poder hablar conmigo llamó a mi padre para que le abriese la puerta. "Bueno Papá, yo me voy a acostar de nuevo, que tengo sueño. ¿Tú vuelves al trabajo, no?". "Ni de coña, yo ya me quedó aquí, ja ja ja". Mi hermana y mi cuñado se fueron enseguida, pero bajo estas cuatro paredes, aun quedaba una persona con la que mi padre no contaba.



Tras volver a la habitación, allí se encontraba J, sentado sobre la cama, más nervioso que yo. Me lancé de nuevo hacia él, pero me paró y preguntó "¿Se han ido ya?". Una gran virtud o un gran defecto mio, según se mire, es que soy una persona muy sincera. "Aun está mi padre, y no se va a ir". Su cara de pánico me superó. "¿Tiene pestillo la puerta?", me preguntó. Me levanté, puse el pestillo y retomamos lo que habíamos empezado antes.

Me apoyó la cabeza contra la almohada, él introdujo su pene en mi ano. Sus brazos recorrían mi pecho y sus manos se agarraban de mis hombros. Estaba complétamente agarrado a mi, lo cual le permitía penetrarme con fuerza mientras me comía la oreja. Nuestro movimiento estaba originando bastante ruido en el mueble de la cama y por miedo a que mi padre nos pudiese pillar, debía aguantarme los gemidos, aunque de vez en cuando no los podía controlar y soltaba alguno.

Me dio la vuelta, penetrándome de tal forma que nos veíamos mutuamente la cara. Mientras él seguía con sus movimientos pélvicos, yo me agarraba fuertemente de las sábanas con la mano izquierda mientras me masturbaba con la derecha. En esa postura, acabamos alcanzando el climax los dos casi al unisono.



Ahora toca lo más difícil, sacar de mi casa a un tío de 1'90 sin que mi padre le vea. Me dirigí a la cocina para despedirme de mi padre, los Domingos siempre como con mi madre. Abrí la puerta que da a la calle y rápidamente J cruzó la entrada. Un último adiós lancé a mi padre, comprobando que todo iba bien.

De camino a la estación nos reímos de la situación. A mitad de trayecto, en un parque, mi hermana estaba bajando al perro. Me acerqué a saludarla y retomé mi camino. A la altura de casa de mi madre, J me dijo que sabía volver a la estación desde ahí él solo, así que no hacía falta que le acompañase. Acepté su propuesta y me despedí de él.

Subiendo el ascensor de casa de mi madre, vi el enorme chupetón que me había provocado en el cuello J. Ese chupetón fue la mofa de la comida.



Tras esta experiencia, me replanteé la modificación de las reglas de mi juego. A partir de ahora, si alguien me gusta y me lo hace pasar bien, adquiere el derecho de repetir.

Y, de forma graciosa, durante la experiencia con J, descubrí que mi habitación, en realidad, no tiene pestillo.

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